Luis Felipe Castillo, ganador del Concurso de Cuentos El Nacional, 1994, Premio de Literatura Municipal, 1997, Beca de escritores en México, 2002, Finalista del premio de novela "La ciudad y los perros", 2004. Autor de los libros El placer de la falsificación, Más allá de la aurora y el Ganges, Como olas del mar que hubo y Luna roja. Profesor de Letras en la Universidad Central de Venezuela, UCV.
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No puedo evitar pensar en M. A toda hora su rostro de anciano prematuro y la cicatriz mal remendada de su frente se abren paso en mi cabeza, en mi recuerdo y estallan ante mí, de pronto, sus manos ásperas (y nunca pensé que el adjetivo pudiera a llegar a ser preciso, capaz de atrapar una fracción, un segmento de vida).
De Keith Richards, Juan Villoro dice: “su cutis de reptil (es) el más célebre curtido facial de la cultura popular, lo que los incendios interiores pueden hacerle a una cara sin aniquilarla”.
Me hubiera gustado escribir algo parecido acerca de M. Los incendios interiores: el fracaso y el alcohol, la angustia o la cercanía de la desesperación.
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–Haz lo que te parezca –me dijo y en ese instante comenzó a abandonarse, a transitar el hilo de alucinación y fatiga que vino después.
–¿Qué quiere decirme? –pregunté.
–Intenta publicarlo, quémalo, bótalo, entrégaselo a un crítico o a la Biblioteca Nacional. Sólo la pequeña fracción de realidad que mal veo en los diarios y la TV me ha hecho escribir de nuevo. El silencio puede ser un alivio. No resisto más. Un personaje literario diría kaputt, pues yo digo kaputt, se acabó.
Poco a poco se fue perdiendo en el sillón con la vista fija en algún objeto que se hallaba a mis espaldas. Intenté evadir el compromiso que me era impuesto. Argumenté que no era una responsabilidad que mereciera, que ya no conocía a nadie en el medio literario (o en sus restos), que me sentía honrado por la confianza, etc., hasta que callé. M había cerrado los ojos en algún momento que mi inquietud no me permitió percibir. Callé, repito, ya sin argumentos, sin nadie a quien dirigirme. Entonces, su hija, Alejandra, se acercó en silencio (no oí el ruido de sus pasos), tocó mi hombro derecho, me hizo una seña.
Me levanté del sofá esperando que me ofreciera una explicación, pero ella únicamente me dio las gracias y me acompañó hasta la puerta.
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El 4 de marzo de 1976 los dos periódicos más importantes del país anunciaron en sus páginas culturales la aparición de F. En las breves notas que pude leer en mi visita a la Hemeroteca Nacional se destacaba que el fracaso y la soledad son aludidos de forma permanente en el libro de M, ese joven narrador venezolano.
Entre 1976 y la actualidad han pasado 26 años, M ha dejado de ser joven, más aún, ha envejecido exageradamente, y el país ha cambiado mucho y no para bien.
Miro la foto de M que acompaña una de las entrevistas y en ella no puedo encontrar ningún rastro de la desolación que lo llevará a callar a partir de ese momento. Se le ve feliz (quizás lo estuvo), se le ve tranquilo (y esto lo comienzo a dudar) y parece satisfecho con su obra.
Y si todo fue así, ¿qué lo condujo al silencio?
No puedo dejar de pensar en la ya perdida capacidad de disimulo de M.
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El libro de M que antecede a este collage de historias que es Respiro su nombre fue publicado en 1976. La portada es horrenda, la corrección infame. Monte Ávila no cuidaba sus ediciones a pesar de que pretendía convertirse en una editorial con oficinas en Caracas, Buenos Aires y Nueva York. Recuerdo con claridad la cuña televisiva que sirvió de base a la campaña publicitaria de F, ese libro de nombre extraño. Al fondo se escuchaba el sonido del mar y un joven de bigotes y melena al estilo de los futbolistas holandeses que perdieron ante Alemania y Argentina, caminaba por la arena y sus pies llegaban a ser mojados por el agua. Los dólares abundaban y así los libros no se vendieran se les podía promocionar por TV.
Entre F y Respiro su nombre terminé el bachillerato, quise ser escritor, fui a la universidad y preferí ser lector. M, por su parte, decidió no escribir más: ya había sufrido lo suficiente.
Mi generación leyó a M en el colegio. A algunos nos gustaba, a otros no. Quienes no lo soportaban decían que los personajes de M eran unos pendejos con las mujeres, que depositaban demasiada confianza en el amor cortés (no lo decían así, claro está) y agregaban que a una carajita hay que levantársela y luego cogerla, que eso de enamorarse o hacerse su amigo o, peor, su confidente, era cuestión de maricos. Yo nada más reía. Es verdad que muchos de los personajes de M son adolescentes tímidos y descentrados que se enamoran fácilmente y en exceso. Y de lo que se trata, estoy de acuerdo, es de que las buenas maneras se muestren con una penetración rítmica y profunda por todos los agujeros posibles. Estaba, en eso, de acuerdo con mis amigos, de hecho, me masturbaba pensando en cómo las muchachas que me gustaban me pedían que hiciera con ellas lo que me viniera en gana. Sin embargo, no fueron pocas las veces que idealicé los ojos o boca de una compañera del liceo o la universidad.
Pero todos leíamos a M. A mí, en particular, me gustaba (y me gusta) la imagen de la Caracas de finales de los sesenta que se encuentra en sus libros iniciales. También disfrutaba de los chistes, de los enredos y sufrimientos causados por el acné o por el rechazo de una niña.
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Retomo estas líneas, estas páginas, luego de haber pasado por diversas experiencias de las que prefiero no hacer ningún comentario. Más aún, si lo hago, si me refiero a mis tristes, lamentables circunstancias, será más adelante.
Pagué a una secretaria por la transcripción del manuscrito de M (mecanoscrito sería la palabra exacta). Lo tengo a mi lado y lo digitalizado podrá brillar en cualquier instante futuro en la pantalla de mi computadora. Podré, incluso, realizar modificaciones. Pero sé que no las haré, que el texto vaya con erratas, las de M y las de la secretaria, es lo más acertado. Total, ¿a quién le importa? A M no, a su hija tampoco. A lectores futuros, menos aún.
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Me gusta cada vez más Bartleby y compañía. En realidad me gusta cada día más el mismo Vila-Matas. Recuerdo mi primer encuentro desafortunado con este autor y trato de medir la diferencia de opinión entre aquel tiempo y el actual. No creo que soporte hoy Extraña forma de vida ni Recuerdos inventados, pero cada vez disfruto más Historia abreviada de la literatura portátil, Hijos sin hijos, Para acabar con los números redondos, El viaje vertical y esa joya que es Bartleby... Me parece genial además lo que apunta Vila-Matas acerca de la escritura, en particular lo que dice a través de la voz de Truman Capote. Me limito a copiar: “en su célebre prólogo a Música para camaleones [Capote señala] que un día comenzó a escribir sin saber que se había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo: «Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y escribir mal; y luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil pero brutal.» Vila-Matas conoce Venezuela, es amigo de Ednodio Quintero, el primer escritor que prefirió no seguir escribiendo que aparece en Bartleby... es Rulfo y se cita lo que dijo en Caracas, en la UCV, sobre la muerte del tío Celerino. M no aparece en la indagación acerca de los escritores del no dado nuestro aislamiento irrevocable, al decir de un crítico. A mí me ha tocado en suerte (o en desgracia) ser testigo del inicio de un nuevo silencio y aparte de escribir estas notas no sé qué más hacer.
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Debería ir a una terapia y exponer sin pudor lo que me ocurre: inapetencia sexual, sueño intermitente, falta de ánimo. Sé que se trata de una depresión, que existe el Prozac, el Paxil y que el país vuelto mierda en el que sobrevivo puede anular todos mis esfuerzos. Más vale entonces escribir estas notas. Quizás sea más efectivo que miles de horas ante un tipo que está igual o más jodido que yo.
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Qué difícil es comparar la obra actual de M con sus libros de juventud. Quizás en este texto urgente que me ha tocado archivar (sí, archivar) por casualidad (no entendí nunca sus razones para escogerme), esté mejor escrito que los anteriores. No obstante, creo que la falta de ejercicio le escamoteó la capacidad de indagación que revelan fragmentos como éste: “aprovecho para verle la boquita, esos dos gajitos de naranja, porque es así: tiene dos gajitos de naranja, y sé por ejemplo que el labio de arriba, cuando se separa del de abajo, parece que le diera miedo de dejarlo solo, y entonces tiembla un poquito, no mucho, un poquito solamente y entonces se le acerca y lo acompaña un poco y entonces entre los dos gajitos sale como un juguito que le mancha un poco las arruguitas de los labios”, o como éste, más corto: “te sentirás devorado por una tristeza extraña, perdido y cansado, tan desanimado como si te hubieran respirado el alma”, o como este otro, también breve: “y al frente una carretera de asfalto recta, hasta convertirse al fondo en la punta de un cuchillo derretido por el sol”.
Ahora M se refiere, aunque de pasada, a la política del país, alguien que en los sesenta ni siquiera habló de la guerrilla. No obstante, este libro, bueno o malo, perecedero o no, es su último susurro. Afirmó haberlo escrito en poco tiempo, en los últimos meses de lucidez y una vez que corrigió lo que pudo, le vino mi nombre de repente, nada más.
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Está claro que me hubiera gustado ser novelista o cuentista anónimo en lugar de profesor. Es por ello que compro diarios, memorias y biografías de los autores que me placen y que han hecho público su lento suicidio ante las palabras. Salvo mi libro (el único) de juventud, en el que un crítico “mordaz” halló claras influencias de M, no se me puede acusar de grafógrafo. Me he dedicado a otras cosas, a leer, entre ellas, por eso no llevo mi carro al trabajo sino que viajo en Metro y leo durante los 45 minutos de trayecto.
M dijo en alguna ocasión que escribir consiste en “llegar al fondo de las cosas con las palabras, de eso se trata y eso cuesta mucho”, que no es más que una frase obvia. Sin embargo, en uno de sus cuentos hace un intento de verdad audaz en eso de llegar al fondo; dice: “Y escribiré tu sonrisa: tu sonrisa sudada en mis labios…” Pienso, intento imaginar el instante en que levantó la cabeza luego del esfuerzo que le costó atravesar las puertas de la perfección.
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Me encuentro en una situación similar al personaje de La pérdida del reino. Un escritor desahuciado regala a un conocido su novela, la única que ha escrito y le dice que haga con ella lo que quiera. ¿Qué hace? Leerla, corregirla, imaginar las omisiones, moverse en terreno oscuro. Pero ya lo dije, no voy a reconstruir nada. Las sombras serán sombras y ya.
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Escribir sirve para aprender a escribir, pero no salva de nada.
Marguerite Duras
Me hallo en un lugar oscuro, perdido.
Malcom Lowry
Lo que me atormenta es que sencillamente no sé vivir.
Joseph Roth
¡No me vengan con conclusiones! La única conclusión es morir.
Álvaro de Campos
No se puede terminar con estilo (...) Todo esto da asco.
Cesare Pavese
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Algunos cuentos de M me gustan más que otros. Siempre ocurre. Supongo que el autor que no soy preferiría que dijeran que todos los relatos de tal o cual volumen de mi autoría son excelentes, brillantes, etc. Pero eso muy pocas veces ocurre. Como lectores escogemos y ya. Me gusta el primero, el cuarto y el último solemos decir. Lo que puede significar que el conjunto es un absoluto fracaso si estamos hablando de siete u ocho cuentos. También ocurre que leemos en un orden arbitrario determinado por el primer párrafo de los relatos, por su extensión, por el tiempo del que disponemos. Estos pecados no los cometí en su momento con M.
Sin embargo, cada vez que releo sus libros, me doy la libertad de escoger los segmentos que mi memoria quiere revisar de nuevo. Y, tengo que agregar: siempre es el mismo libro, leído de adelante hacia atrás o al revés o saltando de una parte a otra. Supongo que alguien más versado que yo en esto de la crítica literaria podrá encajar un término más preciso que el que a mí se me ocurre: unidad de efecto. Creo que esa es una de las virtudes de M.
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No tuve que pensarlo mucho. Uno de los personajes que más me ha impresionado en los últimos años es Alberto Ruiz-Tagle o Carlos Wieder, el ángel caído de Estrella distante. A mí, que no soy lector de poesía, me gustan “sus” versos; éste, por ejemplo: La muerte es mi corazón/Toma mi corazón.
Lo vuelvo a leer y comprendo por qué las Garmendia y todas las otras muchachas de los talleres literarios de los que se habla al inicio de la novela caían, literalmente, apenas Wieder les dedicaba una mirada o les brindaba un cigarrillo.
¿Y por qué traigo a cuento a Bolaño (o a Wieder)? Supongo, y ahora comienzo a inventar una explicación, que se debe a que M y B(olaño) recorren trayectorias opuestas. De igual modo me llama la atención que el chileno aparezca en Respiro su nombre; por lo que pude ver de M estoy seguro de que ya ni siquiera lee.
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No sólo me gusta Moby Dick y Bartleby el escribiente, me gusta también la barba de Melville: inmensa, poblada, canosa, recortada de tal forma que parece una falda.
Hace pocos años quise imitarlo y dejé crecer mi barba todo lo que pude. La recorté porque una muchacha al pasar y verme me dijo que parecía un hamster. Por supuesto, hubiera preferido que me dijese que parecía un gangster, aunque sé que los gangsters, los cinematográficos, que son los que cuentan, van por el blanco eterno de la pantalla de lo más afeitados, únicamente se les ve una sombra azulada que hace juego con sus cabellos negrísimos.
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Hoy leí en un libro de Andrés Trapiello que el escritor de diarios es un solitario que únicamente puede estar seguro que al día siguiente tiene una cita con las oscuras páginas que borronea y guarda, a veces, bajo llave (lo estoy citando de memoria y no sé dónde debo colocar las comillas).
Trapiello agrega que ser un solitario no enorgullece a nadie porque la soledad es un dolor no un toque de distinción como lo era la locura en los setenta o el dandismo en los treinta.
Me han comenzado a llamar la atención los diarios. Presumo que mis notas se pueden leer como uno.
Escribo sin propósito o quizás con el único de saber cuál es el significado del abandono de M. Ya ni siquiera me planteo qué debo hacer con su novela. No soy agente literario y, mucho menos, editor; tampoco me interesa esa cosa pomposa que un amigo me dijo se llama “genética textual”.
Pero no deja de asombrarme que un breve texto sobre M que irresponsablemente publiqué en una revista literaria mientras era un universitario que jugaba a la bohemia, haya culminado siendo el vínculo que me impulsa hoy a realizar estas notas al tiempo que leo e imagino la angustia de M.
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El cuento menos cuento del volumen de M que significó su silencio (que para efectos públicos no ha cesado) se llama “Crónicas marcianas” y en él nadie va al espacio y coloniza Marte, no. En ese relato un hombre gris, como yo, guarda en una carpeta las reseñas periodísticas que tienen por objeto asesinatos horribles. Más allá de la casualidad que me hermana con el relato, he pensado que en esas crónicas se cruzan los temas que hoy, casi treinta años luego, son los que más nos preocupan: la violencia, el terror, el asombro, la nostalgia por lo que dejamos de ser.
No me interesa abrir un archivo digital o hemerográfico y guardar en él los crímenes que nos cercan y empujan a vivir encerrados y, en mi caso, jugando en mi casa con papel. No quiero más coincidencias literarias. Una asombra, dos desconciertan, tres hacen pensar en una conspiración.
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Otra coincidencia: Salinger ha invadido mi vida. De M se dice que es deudor de Salinger (y Hemingway) y precursor de Carver. Ya lo anoté, creo, me gusta Vila-Matas (y Marías y Muñoz Molina y Antonio Soler). En Bartleby y compañía –que leo y releo con frecuencia–, Marcelo, el diarista, imagina un encuentro con Salinger y una Lolita a la que éste seduce y corrompe. Mi perro, por su parte, se venga de mi indiferencia o de la perfidia de J.D destrozando, primero, Nueve cuentos, y, más tarde, tres días después, Franny y Zoe. Dada las circunstancias actuales no puedo pedir los libros a una librería virtual y ya, sino que debo desplazarme por la Caracas del presente, de este año de 2002, el quinto del infierno, y verificar que no hay casi libros y que las calles y los edificios, sucios, desconchados, representan lacónicamente la decadencia.
Se dice que a Salinger lo acabó el alcohol (lo mismo se dice de M). Nosotros (y sé a quiénes me refiero) vamos por el mismo camino, por estúpidos, por necios, por imbéciles.
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Nunca he leído a Freud. Tampoco Shakespeare lo leyó. Dudo que lo leyera Melville, y estoy seguro de que Moby Dick no lo hizo.
William Faulkner
Desconfía de las personas que no lloran nunca.
Stendhal
Exigir a una nación que tenga gratitud es como pedir a los lobos que sean herbívoros.
Alejandro Dumas
El cerebro es un paquete de ideas arrugadas que llevamos dentro.
Ramón Gómez de la Serna
Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Álvaro de Campos
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Nunca imaginé que una bajada pudiera ser tan laboriosa. A las pocas cuadras de la casa de M el sudor de mi mano derecha empezó a decolorar el sobre amarillo que me había entregado Alejandra. Tuve, entonces, que asirlo con mi otra mano para que, por lo menos, el desgaste adquiriese simetría. Es verdad, pude tomar un taxi y colocar el paquete sobre mis piernas o a mi lado, sin embargo, preferí caminar.
La responsabilidad o el miedo me impidieron abrir el fardo. No halé la pestaña apenas entré a mi casa (en la calle ni se me ocurrió). Al franquear la puerta fui a mi escritorio y dejé el libro de M encima; luego fui a servirme un trago. El alcohol, supongo, me trajo una imagen de M que de vez en cuando sale en las páginas culturales: un anciano nudoso se alisa las pelusas blancas que malamente le cubren el cráneo mientras emite algún ru(g)ido; detrás, detrás de M, se advierte un ángulo de la misma biblioteca que vi esa mañana.
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Estos son los autores que en los últimos años he leído con interés: Javier Marías, Juan Villoro, Raymond Carver, Antonio Tabucchi, Enrique Vila-Matas, Roberto Bolaño, Ednodio Quintero, M, Antonio Muñoz Molina.
Por otra parte, puedo afirmar que detesto a A.M, L. S, L. E, T. M, J.P. De todos ellos puedo afirmar que, en el mejor de los casos, son autores sobrevalorados.
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Dice Vila-Matas: “A Michaux le interesa el viajero mismo y esa singular forma de relacionarse con el entorno que lleva a revolucionar el típico diario de viaje o reportaje de lo visto a lo largo del camino para convertirlo en un desolador diario íntimo de la angustia.”
En El viajero de Agartha ocurre exactamente eso. Walter Werner, el nazi que registra en un cuaderno su itinerario en busca de la ciudad perdida de Agartha, atraviesa la India y el Tíbet hasta perderse en el desierto de Gobi. Va en busca de uno de los centros energéticos de la Tierra con el fin de que el anillo de Gengis Khan, que el mismo Hitler (o sus restos) le entregó, sea reactivado y le dé, otra vez, aliento a las legiones que deben encontrarse en Moscú luego de conquistar la estepa unas, y, otras, avanzar por el cáucaso.
Pero el diario de Werner no es más que la expresión de la angustia de un hombre que tiene una misión que lo trasciende. El paisaje, como era de esperarse, se va difuminando y es sólo la mente desolada del viajero lo que importa.
Supongo que eso ocurrió con M. Luego del esfuerzo al que lo obligaron esas páginas en las que, a pesar de la tristeza, la locura no encuentra espacio, ha dejado de ser, de pensar.
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Me encanta Hopper. Me gusta Hopper de la misma forma en que me fascina Velázquez.
La pintura de Hopper centra su atención “en una calle asfaltada bajo un sol abrasador... en los vapores de una lluvia estival que puede colmarnos de tedio desesperado” como él mismo escribió en su diario. Sus cuadros ilustrarían de manera precisa las portadas de los libros de Carver o M; y ese sería un cruce perfecto. Hopper, Carver y M son parcos y densos, se muestran sólo en su exterior. Pero basta pensarlos un poco para percatarse que se trata nada más de un realismo aparente.
Un crítico dijo que M salía al ruedo sin grasas, sin adjetivos. En mi biblioteca están sus libros, con notas y apuntes que destacan frases que no hablan sino de la angustia y quizás del silencio. Es posible que hoy no sea tan hábil, acaso haya perdido cualidades, no lo sé. No obstante, en esta ocasión se puede afirmar que buscó en los recodos de una ciudad y un país que ya no existen.
1 comentario:
Felicidades Luisfe, tremendo cuento!
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