27 de marzo de 2010

Crónica de viaje: “Una casa para una escritora. Desde Staten Island”, por Isabel Cecilia González

Isabel Cecilia González es autora de la novela Trance y del poemario Bañada de Azul, nacida en Caracas.

El paisaje cambia respecto a la luz, ese secreto lo usaron los impresionistas para pintar una y otra vez el mismo sujeto, la catedral en la mañana, al mediodía, en la tarde. El estanque cubierto de estaciones, el río nunca el mismo río. Todo cambia, cada viaje tiene su propia luz, su lugarcito nuevo, ese espacio en el que uno no se había fijado antes. Todo cambia, se esconde entre los claroscuros.
 Hace seis meses estuve de expedición en Brooklyn, era el verano indio, los rayos de sol alargaban las tardes, las noches eran cortas y los días se me hacían inmensos. Entonces me iluminaron los puentes, cruzar hacia Manhattan por tres puentes tan distintos fue extraordinario. Ahora entro a la ciudad por ferri, en un barco anaranjado que zarpa cada media hora. Adentro nos subimos miles de personas, adentro cabemos miles de personas, todo tipo de personas. En una de esas travesías iba una mujer muy enamorada, soportaba el frío en sandalias y vestía un vaporoso  vestido de algodón, iba de primavera sin darse cuenta que el invierno seguía sin despedirse, iba tan pero tan enamorada que sólo podía verse en los ojos de su pareja. Las parejas siempre son imágenes hermosas para el recuerdo, son como postales que uno guarda en la memoria. En otra vuelta me fijé en una joven que lloraba, lloraba desconsolada y yo me decía que no iba a meterme, pero siempre me meto, así que le pregunté si necesitaba ayuda y ella escasamente me sonrió antes de contestarme: “No, thanks”. “No sé lo que te ocurre, le dije, seguramente tampoco puedo ayudarte, tan sólo puedo decirte que mejorará, eso que crees tan terrible pasará y vendrán días mejores. Hoy aférrate a lo hermoso que se ve el río y de a poquito llegará la luz”. Ella se despidió con una pequeña sonrisa y sabiendo que no hay más, que a los otros únicamente se les acompaña un trecho del camino, seguí. “Ya, dum, be, yaaa, dum, be” eran los gritos de un hombre, iba de un lado a otro, en la sala de espera del Terminal, gritando, caminando, gritando, creo que es la primera vez que veo a alguien que sufre el síndrome de Thoreau. Un hombre que no puede controlar su cerebro, que deambula según las exigencias de una mente terriblemente atormentada. “Hay gente que sufre cosas tan terribles”. Nunca entenderé, sólo admiro la fuerza que tienen, yo que camino las calles  y me siento tan valiente, ellos que luchan a diario, que luchan consigo mismos, desde su propia cadena, desde sus cuerpos cárceles, como una enana que iba en silla de rueda en Union Square, era una más y era a la vez el mayor símbolo de los seres humanos, la perseverancia, la valentía, el coraje, la fuerza de vivir.
 Soy afortunada, siempre lo he sido, así que celebro esta tarde el frío, el gris que se expande por la ventana, el poder estar aquí, tener esta casa inmensa, esta casa que voy calentando, estos cuartos que voy haciendo míos, esta sala que da a los árboles, a los techos de las casas y a un puente enorme que iluminan por las noches. Es una casa para una escritora, lo es.

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