Roberto Lovera De Sola es, por excelencia, heredero de la tradición de la gran vanguardia de intelectuales venezolanos que surgió en la modernidad. Es un gran hombre de letras, agudo lector, escritor, ensayista, reseñista, investigador, profesor y editor.
De Sola es hoy por hoy una de las plumas más certeras en la crítica literaria del país.
“Es la mujer quien colora y define el sentido de
las sociedades humanas.
Las sociedades son tan alegres, tan tristes, tan
inteligentes, tan valerosas, tan frívolas, como lo sean sus mujeres”.
Arturo Uslar Pietri: Letras y hombres de Venezuela,ed.1958,p.271-271
Por Roberto Lovera de Sola
(Texto leído el 20 de Junio 2010 en la presentación de la novela La soledad de las diosas, de Carmen Luisa Plaza, Librería Kalathos, Los Galpones de Los Chorros, Caracas)
No sabemos, amigos y amigas presentes, si vamos a
poder ceñirnos a la petición de nuestra querida Carmen Luisa Plaza quien nos
puso como norma no elogiarla pues ella dice que en nuestro caso nos excedemos.
Ello es consecuencia, creemos, de la forma que hemos sentido cada vez que
platicamos con ella lo que es su sensibilidad y los modos como se expresa sobre
la hoja en blanco. Y ello se hizo evidente en las largas horas de trabajo que
dedicamos a su lectura y a la corrección de su novela pero sobre por el franco
diálogo que unió a este crítico y a la autora mientras encontrábamos el meollo
del libro que le estamos ofreciendo, cuando hubo, lo cual no es muy común en
nuestro medio, el grato palique estimulante entre el crítico literario y la autora,
coloquio siempre enriquecedor. Y luego las jornadas dedicadas, ya en el taller
de impresión, a precisar junto a su editor, el magnífico Miguel Ángel García,
las características que tendría el libro que ya hoy tienen Uds. en sus manos.
SINTESIS DE LA AUTORA
Comencemos pues leyendo la líneas que durante el
proceso de composición de su novela redactó Carmen Luisa Plaza para mostrar el
perfil de su creación. Esto escribió ella, lo cual es un magnífico abreboca:
“La soledad de las diosas es una novela cuyo tema es la soledad y el amor. La
trama refleja la historia de cuatro mujeres ligadas por lazos consanguíneos
comunes, que viene siendo el hilo conductor de la novela.
Dividida en cuatro capítulos, cada uno corresponde a
un personaje. Aunque unidos a un mismo tronco familiar: Carlota, Laura,
Auristela, Mariana, tienen arquetipos distintos que se dibujan y diferencian a
medida que maduran y enfrentan su destino.
Dos viudas, una soltera, otra divorciada, se
encuentran en una boda de la familia común, ya en la edad madura. Este
encuentro las enfrenta a su soledad, a su carencia de pareja y a hacer un
recuento de sus vidas y de las expectativas a la que una mujer de su edad puede
aspirar.
Las cuatro mujeres son el producto de una educación
represiva en el campo de la sexualidad. Cada una narra su despertar, sus
fantasías, sus deseos, sus éxitos y fracasos en las relaciones amorosas, sus
sufrimientos y cómo en sus diferencias encuentran acomodo en sus vidas,
manteniendo en todo momento el amor y el respeto que las acompaña desde la
infancia. La soledad de las diosas es
una novela que destila erotismo en el buen sentido. La ficción, la poesía, los
encuentros y la presencia del dios Eros, “sin Eros no hay nada”…Esta es la
síntesis de la novela”(Diciembre 19,2009).
NOVELAS ESCRITAS POR MUJERES
Carmen Luisa Plaza(1940), sensible artista, ser
también de colmada formación intelectual, ha escrito en La soledad de las diosas.(Caracas: Imp. del Miguel Ángel García e
hijo, 2010. 254 p.) su primera
novela. Es este libro bellamente escrito, sostenido sobre un diestro diseño
narrativo y además sugestiva en todo momento por el asunto que se narra en ella.
Esta es una novela escrita por una mujer, mirada
la realidad a través de los delicados ojos de una fémina, asunto sin duda
puesto a andar desde que se publicó la primera escrita por una mujer en
Venezuela, en la octava década del siglo XIX, nos referimos a El medallón.(Caracas: Imprenta Nacional,
1885. 164 p.) de Lina López de Aramburu, quien firmó toda su obra con el
seudónimo de Zulima, ella fue también fue autora de dos novelas más y de la
pieza teatral María o el despotismo(Caracas:
Imprenta Nacional, 1885. 62 p.), que fue el primer libro literario de una mujer
editado en el país. La otra novela concebida por una mujer del siglo antepasado
fue Castigo o redención. (Maracaibo:
Tipografía de Los Ecos del Zulia,1894. 74 p.) de María Navarrete, quien
perteneció al importante grupo de escritoras de Coro, que lideró Polita De
Lima(1869-1944), estas, “las muchachas corianas”(revista Cosmopolis, Caracas, n/ 8,1894,p.109-113) como fueron llamadas por
Manuel Vicente Romerogarcía(1965-1917), el autor de Peonía(1890), fue la primera peña literaria formada por mujeres que
registran nuestros anales literarios, nació en Coro 1890 con la publicación de
la revista Armonía literaria.
Y hacemos esta referencia entre otras cosas
porque como lo hemos observado en algunos de nuestros apuntes de lector si se
ponen una al lado de la otra las novelas escritas por escritoras venezolanas en
el siglo XX, cuando ya el género se vertebró en las manos de nuestros escritores
hombres y mujeres, si se organizan las escritas por mujeres no en el orden en
que fueron publicadas sino de acuerdo a los pasos de nuestro vivir de ayer y de
hoy tendríamos una historia de la mujer venezolana. Esto lo observamos desde
cuando nos damos cuenta de las cuitas románticas de sus protagonistas que pintó
tan bién Virginia Gil de Hermoso(1857-1913) en sus lacrimosas novelas, fue ella
además la primera novelista venezolana, a principios del siglo XX, en lograr
amplio eco con sus narraciones Incurables(Barcelona:
Toribio Taberner, 1908. 313 p.) y Sacrificios(Barcelona: Toribio
Taberner,1908. 313 p. p.), novelas en
cuya lectura lloraron en su tiempo nuestras abuelas, la bisabuelas de nuestras
hijas. Pero ya había en Virginia Gil de Hermoso, otra de las mujeres del grupo
mujeril de intelectuales de Coro, lo cual no es casual, un hecho fundamental en
el desarrollo de las letras nuestras escritas por mujeres: sentir lo grave de
nuestra realidad social, evidente en su novela El recluta(Caracas: Biblioteca de Autores y Temas Falconianos, 1978.
191 p.;2ª.ed.Prólogo:Velia Bosch. Caracas: Seleven, 1980. 250 p.), que de haberse
publicado en sus días, y no sesenta y cinco años después del deceso de su
autora, hubiera sido la iniciadora el la novela social venezolana escrita por
una mujer en la cual se trata un gravísimo problema social de los días de las
guerras civiles. Por ello nuestra novela social escrita por una mujer se inició
en un pasaje de Ifigenia(1924) de
Teresa de la Parra(1889-1936) cuando María Eugenia, caminando por La Pastora,
le pide al entrañable tío Pancho le enseñe Caracas tal cual es, incluso sus
lugares más pobres, “Llévame por las calles más viejas, tío Pancho, llévame por
las más pobres, por las más feas, por las más sucias, por las más tristes, que
quiero conocerlas todas ¡todas!”(Obra
escogida. Caracas: Monte Ávila Editores, 1992,t.I,p.86). Incluso fue
Teresa, seis años más tarde, la que escribió en su Influencia de las mujeres en la formación del alma americana,
redactado en 1929, leído como conferencias en Bogotá en 1930, sólo impreso en
1961, nuestro primer libro feminista.
Y se seguimos a vuelo de pájaro fue Teresa de la
Parra quien escribió en Ifigenia la
primera historia de amor de nuestra literatura, recuento de un amor frustrado.
Pero nuestra gran Teresa a la vez nos mostró la sociedad caraqueña bajo el
gomecismo, y el lugar que ocupaba la mujer en ella. Y en Las
memorias de mamá Blanca(1929) pintó nuestros ámbitos del siglo XIX, tiempo
desaparecido ya para entonces por lo que esta novela impar es una elegía en
prosa. Esas mismas memorias, hechas con saudade, no las brindaría también
Antonia Palacios(1904-2001) en Ana
Isabel, una niña decente(1949) para nuestro gusto la mejor novela
venezolana de los años cuarenta, hija legítima, otra vez, el ficcionalizar de
Teresa de la Parra, con quien empezó todo en nuestras letras escritas por
mujeres.
Y fue Teresa de la Parra la inspiradora de lo
que vino después. Le siguieron Ada Pérez Guevara(1905-1999) mostrando en Tierra talada(1937) los ideales y
proyecto de nuestra primera generación de mujeres activistas, la que apareció
el 30 de Diciembre de 1935, a trece días de la muerte del tirano, con su
célebre Mensaje enviado al presidente
Eleazar López Contreras(1883-1973), este papel es el primer documento femenino
de la historia de Venezuela.
Y tras Ada Pérez Guevara vimos aparecer la
realidad vista con ojos críticos y mirando el interior de sus criaturas y sus
conflictos en Guataro(1938) de Trina
Larralde(1909-1937); la protesta de aquella que no quería ser solo ama de casa,
en Tres palabras y una mujer de
Lucila Palacios(1902-1994) en donde se desarrolla una honda conciencia social,
de hecho fue la primera vez que un aborto apareció en nuestra ficción. Y vino
más tarde la tragedia de la incomprensión matrimonial ya en los cincuenta en Amargo el fondo(1957) de Gloria
Stolk(1912-1979). Y estos son apenas algunos ejemplos antes que la brújula
creadora cambiara y entrara en los nuevos senderos en que hallamos ya en 1971
como la primera novela de Laura Antillano La
muerte del mounstru-come-piedra, en 1975 No es tiempo para rosas rojas de Antonieta Madrid, desde 1989 en los
universos de un estupenda novelista hasta ahora poco atendida como lo es
Milagros Mata Gil(1951) o la extensa parábola que significan los ámbitos
imaginarios de Ana Teresa Torres(1945).
Todo este rápido bosquejo nos lleva al sitio que
ocupa La soledad de las diosas en nuestras letras, su lugar en los ámbitos descritos
porque nos permite mirar, en su sentido temático, los universos de las mujeres
de los años cincuenta del siglo XX, podemos observar, siempre en el terreno de
la ficción, como nuestras féminas pasaron de un vivir represivo al mundo
liberado, engendrado sin duda por las vivencias libertarias de los años
sesenta.
SOBRE SÍ MISMA
Ha dicho Carmen Luisa Plaza que ella “nació en
Caracas de madre venida de la Provincia, con raíces profundas en ambos lugares.
El padre le enseñó el mundo, la madre la sensatez y su marido, el amor. Sus
difuntos le enseñaron el sufrimiento. Comenzó su camino como intérprete y
profesora de música. Se graduó de Letras en la Universidad Central de
Venezuela. Su primera novela está inspirada en el diario de muchos años”, como
se lee en una de las pestañas del libro que ahora tienen ustedes en sus manos.
UNA CADENA DE NOVELAS
Ya hemos señalado que si se ponen una al lado de la
otra las novelas escritas por las mujeres venezolanas, organizadas no en el
orden en que fueron publicadas sino de acuerdo a las décadas del vivir
venezolano tendríamos una historia de nuestra mujer. Así La soledad de las diosas de Carmen Luisa Plaza ocupa su lugar
porque nos permite mirar los universos de las mujeres de los años cincuenta del
siglo XX, y cómo, siempre en el terreno de la ficción, nuestra féminas pasaron
de un vivir represivo al mundo liberado. Lo que nos propone esta autora,
formada artista y ser de honda formación intelectual, en La soledad de las diosas es un hondo viaje interior, tanto que leer
este libro es tocar un alma, rozar las experiencias de cuatro mujeres a las que
vemos pasar de la opresión a la libertad, desde las prohibiciones de los años
cincuenta, sin duda a través del gran cambio que sucedió en el mundo en los
años sesenta, como consecuencia de la primavera de aquel Mayo parisino(1968) y
sus consignas de “prohibido prohibir” o “la imaginación al poder”, al mundo
pleno de libertades de nuestros días.
Pero todo así aquí en La soledad de las diosas todo está contado de forma intimista,
desde la piel y los sentimientos de sus cuatro protagonistas y todo recreado de
tal manera que si nos muestra de unos de seres de los cincuenta está narrado
mucho después, desde la perspectiva de mujeres maduras quienes han vivido y no
en vano, pues las experiencias las han alumbrado y marcado. Y este último es
otro logro de este libro. Siempre se ha dicho, por la pluma siempre aguda de
Elisa Lerner(1932), que la mayor parte de nuestros grandes libros mujeriles
eran bellas historias de niñez y adolescencia no habiendo logrado, según ella,
las mujeres escribir los recuentos de su vida adulta(“Ausencia de la mujer
novelista” en Yo amo a Columbo.
Caracas: Monte Ávila Editores, 1979,p.69). La razón de esto, en donde caben
nuestras novelas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, sin duda hasta la
publicación de la primera novela de Laura Antillano en la cual
apareció una nueva sensibilidad.
Todo
lo que se podía leer en lo escrito por nuestras novelistas ante de los años
setenta, lo explicó Elisa Lerner, y es la única de nuestras ensayistas en
advertirlo, lo hizo precisamente en 1971 también, al anotar:
“La
novela es el arte de la vinculación. Florece en los países donde hay una
intensa y veraz vinculación, sea triunfal o no, entre hombres y mujeres. En
Venezuela ese nexo es hipotético, muy irreal. En realidad, no hay. Lo que
existe es una relación entre machos y hembras. No hay la sutileza con la que
habrá de trabajar el novelista. El amor es un brusco chubasco tropical. De modo
que, durante el período democrático, con pánico, hemos descubierto que el
silencio en que vivió sumido el país no se ha debido solo a los años del
despotismo: la vida sexual del venezolano, también, contribuye al crecimiento
de ese silencio. Donde no hay vinculación entre hombres y mujeres es inexitente
se hace, pues, difícil que abunden las mujeres que escriben novelas. El fracaso
emotivo del hombre venezolano señala la ausencia de nuestras mujeres, dentro
del campo de la novela. Es así que, hasta ahora, algunas escritores nacionales,
autoras de novelas, solo hayan podido dar un brillante testimonio acerca de su
infancia…Pero lo triste para nosotros, venezolanos, es que existiendo,
mayoritariamente, entre nuestros hombres y mujeres, solo una oscura posesión,
no aclarada por diálogo alguno, configuramos, todavía, un país donde las
mujeres no son novelistas”(“Ausencia de la mujer novelista” en Yo amo a Columbo,p.68-69).
Fue
por esto, dice la Lerner, que lo que tuvimos fueron novelistas conyugales, una
“narrativa ginecológica” como ella dice, refiriéndose precisamente al caso de Tres palabras y una mujer de Lucila
Palacios, aunque para Elisa Lerner también nuestras narradoras conyugales, como
las llama con su sin par ironía, “parecieron querer ser las primeras escritoras
en afrontar…el análisis urbano, la narrativa del pavimento. Pero su obsesión
matrimonial, el solo querer ver en sus libros distantes maridos e hipotéticos
amantes, encerró su expresión en una recámara. El enclaustramiento marital no
les permitió captar la ciudad que crecía más allá de sus dormitorios”(“Muerte
de la novelista de recámara” en Yo amo a
Columbo,p.151).
Pero “el tiempo de la libertad”, presentido por Elisa
Lerner, llegó, se hizo presente en los años setenta, por ello, cosa que no es
fácil en la historia literaria, casi que podemos señalar la fecha de nuestro
gran logro libertario. Lo deseado llegó con las últimas generaciones de
nuestras escritoras, y no sólo en la novela, también en los diversos géneros de
nuestras letras. Estas escritoras son mujeres conscientes de si mismas quienes
penetran en sus experiencias, en todos los ámbitos, desde la intimidad a las
alternativas de la vida social y política, a veces ambos hechos se entrelazan.
E incluso se hacen presentes en sus obras las nuevas cuitas de estos tiempos
contemporáneos en los cuales la mujer alcanzó la madurez en todos los ámbitos,
llegó a ser independiente, económica y profesionalmente, a ser una protagonista
en la vida del país, incluso hasta llegar, parece paradójico, al hombre solo
para amarlo porque hoy, después de la inseminación artificial, no los necesita
ni siquiera para embarazarse. Y esos universos son los que aparecen hoy en las
obras de ficción de nuestras mujeres.
Todas estas que hemos hecho hasta aquí son reflexiones
que nos parecen obligatorias al rozar el temas que hemos abordado en los
párrafos anteriores.
EN LA ENTRAÑA
En La soledad de
las diosas nos encontramos contado un hondo viaje interior, “lo más
apasionante del ser humano: estar consciente de si mismo, del misterio que la
rodeaba”. Pero ello una de las claves de la honda experiencia que nos narra
este libro la hallamos cuando leemos:”Estaba haciéndose un nuevo hogar sólo
consigo misma”. Y esto porque leer este libro es tocar un alma, mirar a aquellas
que pasaron, ya lo hemos señalado, de la opresión a la libertad, de allí la
mención a la Nora de Henry Ibsen(1828-1906), la protagonista de Casa de muñecas(1879), quien recorrió
“la ruta hacia la verdadera y auténtica mujer que nació el día de la lucidez”,
palabras que la autora subraya. Así la decisión de Nora de abandonar al marido
no sólo cambió el teatro universal introduciendo un nuevo personaje sino que se
hizo eco de la presencia de la mujeres en la sociedad quienes más o menos desde
casi dos décadas antes, alrededor de 1860, habían comenzado a hacerse presentes
a través del gran movimiento de las Sufragistas quienes si bien buscaban al derecho
al voto hacían presentes a las mujeres en la sociedad. Y ello no ha parado
desde entonces.
En La soledad de
las diosas hallamos una historia intimista, los sucesos que viven las
cuatro primas, Carlota, la escritora, Laura, Auristela y Mariana, quienes no
cesan de confiarse unas a otras sus vivencias y aventuras. Son seres, ya lo
hemos advertido, de los años cincuenta: aquellas que pasaron de las manos del
amoroso cuidado del papá a las del marido, por lo que leemos “siguió viviendo
dentro de una burbuja: los brazos del esposo”, sin experiencias personales íntimas
previas,”Los conocimientos sobre el sexo eran precarios. No se tenía idea de lo
más bello del amor: el erotismo. Romanticismo e imaginación sustituían abrazos
y escarceos amorosos prohibidos en aquellos tiempos”,”en aquella época, en la
cual las chicas llegaban vírgenes al matrimonio y los muchachos, después de besar
a sus novias y hacerles mimos, desahogaban sus ardores con prostitutas.¡Qué
tristeza!”. Y de allí preguntas como está que hallamos en la obra que
comentamos, la interrogante sobre la identidad:”¿Quién era? Quizá la que
siempre vivió reprimida por la educación de una época, que negaba la libertad a
la mujer para seguir su propio destino”. De allí el deseo de “lidiar con los
monstruos de toda la vida sin el bozal amoroso, ni el cerco protector del
compañero”.
Y esto es especialmente interesante porque la historia
que se nos narra en La soledad de las
diosas es las de mujeres maduras: que desean no tener culpa, situadas entre
Afrodita, diosa de la belleza y amor y Atenea la razonadora. Y en esto es
interesante en La soledad de las diosas
porque siempre se criticó a nuestra literatura escrita por mujeres de no haber
creado obras relativas a los universos y a las vivencias de la edad adulta.
Esto ahora se ha superado aunque comenzó a suceder con las novelas escritas por
mujeres en nuestros años cuarenta, como en Tres
palabras y una mujer, la tantas veces citada novela de Lucila Palacios,
cuyo significado crece con el tiempo. Así La
soledad de las diosas es una las piezas a tener en cuenta dentro de esta
nueva mirada que tiene varios jalones en nuestra prosa de ficción.
Es el recuento del pasado pero sobre todo en la
presentación de la forma hallada por algunas mujeres para seguir viviendo
después de experiencias dolorosas, como puede ser la viudez o la lacerante
muerte de un hijo. Y de allí que por el camino del sufrimiento se encaminen
hacia la luz, peregrinen del mundo reprimido al liberado, al universo de las
decisiones tomadas por sí mismas. Por ello leemos: “Quizás tanta represión
castró en parte aquella turbulencia que emanaba de su femineidad, canalizándola
hacia el aspecto espiritual, intelectual, por miedo a despertar al monstruo de
la sensualidad”.
Y esto es así porque el sexo es central en lo que
hallamos en La soledad de las diosas
porque así es que aparece en la experiencia humana, la sexualidad es el motor
de la vida. Estas mujeres al atravesar el tiempo “supieran que a pesar de su misticismo
había en su cuerpo un aspecto sorprendente: voluptuosidad”. Descubrieron sus pieles, como se sugiere en
una de sus páginas. Entendieron que lo más profundo del erotismo es el
encuentro entre el hombre y la mujer, pues ella, como leemos aquí “la mujer que
posee el conocimiento de las artes amorosas puede ofrecer algo mucho más que un
bello cuerpo vacío. Éste es el secreto que la mayoría no conoce y nunca
conocerá: sexo y alma unidos para acceder aunque sea por unos segundos a la
eternidad: ficción instantánea de lo infinito…Pero el que ha experimentado la
gracia del arrebato amoroso que desgarra el alma y se mezcla con la esencia
mística del ser humano, lo sabe”.
Novela de las mujeres que están poniendo en palabras
el vivir es La soledad de las diosas,
y lo hacen escribiendo lo que sobre ellas antes no había sido confiado por la
imaginación en las hojas de un volumen, en este caso escrito de una manera tan
cercana a la piel, a los sentimientos, a las profundas percepciones del alma. Y
por ello no es casual que mientras seguimos sus pasajes nos topemos con la
forma como está empapado este libro de
la psicología de Carl Gustav Jung(1875-1961), la cual permite una tan honda
penetración en nuestro mundo interior, de nuestra esencia y ello porque el viaje
que nos propone Carmen Luisa Plaza es hondamente espiritual, desde la epidermis
hasta lo mas alto.
Pero también esta
novela sobre la soledad, asunto que es el gran tema de nuestros días,
incluso en “La soledad de las mujeres que han conocido la presencia de Eros en
su lecho y luego abandonadas, está llena de conocimiento” como lee aquí porque
entre otras cosas, como nos lo ha enseñado Henry Miller(1891-1980), y nada
menos que Anais Nin(1903-1977) con su mirada femenina a todo lo que registró,
el sexo es conocimiento. Y para llegar a ello también la autora ha impregnado
su fantasear de las nociones de la mitología griega, cuyas figuras arquetipales
se cuentan entre las que mejor describen a la mujer.
Pero es sobre todo, no podría ser de otro modo, La soledad de las diosas es novela de
amor, del amor en la madurez que implica nuevos retos y nuevas vivencias. Pero
el amor aparece tal y como se le describe en uno de los fragmentos: “sabían que
entre los dos había estallado una pasión silenciosa que no necesitaba
explicaciones”, es así, ante el amor, que llega sin anunciarse, caminando hacia
uno sin que nos demos cuenta, y sobre él es imposible razonar solo se lo puede
sentir como lo sugiere uno de los personajes de esta exploración en el alma de
al menos cuatro mujeres, que son las protagonistas de la historia que
bellamente Carmen Luisa Plaza pone ante
nuestros ojos inquietándonos, porque tal es el misterio de lo humano, de lo que
sucede a las mujeres y a los hombres. Y porque tal es el arcano del ser
mujeril, “atractivo, oscuro, turbador” como define a la mujer el maestro Uslar
Pietri(Letras y hombres de Venezuela.2ª.ed.aum.
Caracas: Edime, 1958,p.272).
EL CENTRO
Poco a poco nuestra recorrido a través de La soledad de las diosas, el cual nos
llena de tantos interrogantes y de la siempre inquietante presencia de las
mujeres, nos hace comprender porque Carmen Luisa Plaza cita en la página
inicial este fragmento de la novela Chiquita(2008)
del escritor cubano exilado Antonio Orlando Rodríguez(1956): “La vida de cada
ser humano es como una novela. Sombría o luminosa, excéntrica o previsible.
Pero siempre única”. Y ella lo sabe: el experimentar la existencia nos hace
vivir a la vez la luz, las sombras, lo previsible, lo imprevisible e incluso lo
excéntrico y hasta lo patético.
Pero tiene muchos momentos de alegría pero también de
dolor. Y en esta novela es el sufrimiento el que permite llegar a más hondos
estados vivenciales. Por ello leemos “La experiencia íntima y dolorosa es nada
a los ojos de los demás, si después de incrustarse en el cuerpo quedara ahí.
Pero si pasas a la página en blanco, a través del lenguaje, el sufrimiento se
hace universal. La palabra asegura la permanencia de la experiencia para
siempre, el sufrimiento te acompaña hasta el fin de los días”, pasaje que la
autora subraya también.
Y como las diosas, aquellas figuras de la antigüedad,
y las explicaciones jungianas, tanto nos dicen es que hallamos estas líneas: “¿Alguna
vez se les ha pasado por la mente la posibilidad de que las diosas sufran, aman,
odian y soportan todo el dolor de los humanos sin tener ellas también un
sentimiento?¿Qué hay dentro del corazón de las diosas?” porque dentro de esta
novela las diosas son las propias mujeres, son milagrosos los hechos que
engendran, además de dar vida a otros seres.
Y de allí se parte para la experiencia humana, la de
los días en que tras matrimonios que acaban, amores que se enfrían, seres
amados que fallecen, cuando se hacen posibles otros senderos. De allí como dice
una de estas mujeres: “Decidió hablar con sus hijos para decirles que de ahora
en adelante sería una mujer que haría de su vida lo que pudiera. ¿Un espíritu libre? No, sólo para
incurrir en cualquier locura que se le ocurriera” porque quería “construir una
pequeña obra que justificara su existencia. Era el momento. El sufrimiento le
generaba lucidez”, edificar algo por si misma, dejar de recibir como lo hicieron
casi todas las mujeres de los años cincuenta. Y deseaba intensamente volver a
vivir: ”sería bueno que lo dejarás ir. Despréndete del pasado y aférrate a la
alegría que hay dentro de ti que es un torrente de energía creativa, llena de
amor. Consíguete una pareja”.
¿NOVELA EN LA NOVELA?
Para hay dentro de La
soledad de las diosas una especie de explicación del texto desde dentro de
si mismo. Nos muestra en esos pasajes el origen de aquello que escribe. Quizá
para encontrar un interlocutor, que es lo que todo creador busca cuando escribe,
según la española Carmen Martín Gaite(1925-2000). Y para registrar, aunque sea
en un oculto cuaderno lo que le ha sucedido. Para detener la costumbre de solo
escuchar “las desgracias de los humanos
y ninguno se ocupaba de las suyas propias”.Por ello leemos: “evocaba susurros
de voces lejanas y sus cuadernos eran la cámara fotográfica” sin lo cual es
imposible redactar aquella suerte de memoria primero de otros días y después de
los vivires del presente, del suceder actual de aquellas mujeres elegidas por
el amor, por Eros, cuyo destino después de compartir el lecho era ser abandonadas
luego. Por ello señala “que llenaría varias páginas de la obra que había
comenzado a escribir con la tinta de la soledad y del dolor”, “Guarda mis
secretos: cuídalos como cuido las líneas de mi rostro” como se lee en el
epígrafe del primer capítulo de la tercera parte. ¿Escribió todo esto para
encerrar sus memorias dentro de las tapas de un libro para que sus muertos no
se le murieran otra vez, tal como lo quiso hacer Teresa de la Parra con su
amados en Memorias de Mamá Blanca o
Gloria Stolk con los suyos en La casa del
viento(1965)?. Es posible.
(Palabras leídas en la Librería Kálathos, Centro de
Arte Los Galpones, Caracas, al mediodía del domingo 20 de Junio de 2010).
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