En sus recientes presentaciones en Caracas la
crítica literaria y profesora titular de Literatura hispanoamericana de la
Universidad de Salamanca, Francisca Noguerol, nos habló del fenómeno de la
hibridez como la tendencia actual en literatura.
Francisca Noguerol Jiménez es Doctorada con una tesis sobre Augusto
Monterroso fruto de la cual fue su libro La trampa en la sonrisa (1995),
es autora y editora asimismo de Los espejos las sombras. Mario
Benedetti (1999), Augusto Monterroso (2004), Escritos
disconformes: nuevos modelos de lectura (2004), Contra el
canto de la goma de borrar: asedios a Enrique Lihn (2005) y Contraelegía.
La poesía de José Emilio Pacheco (2009). Ha publicado más de más
de 110 artículos y capítulos de libro en revistas especializadas
nacionales e internacionales
LÍNEAS DE FUGA:
EL TRIUNFO DE LOS DIETARIOS
EN LA ÚLTIMA NARRATIVA EN ESPAÑOL
(Universidad de
Salamanca)
“Soy como un
explorador que avanza hacia el vacío. Eso es todo”
Enrique Vila-Matas
Introducción
En la entrada 68 de Bartleby y
compañía, Enrique Vila-Matas retoma una frase de Kafka para explicar lo que
le ocurre en el proceso de escritura de lo que él llama “este diario por el que
navego a la deriva”: “Cuanto más marchan los hombres, más se alejan de la meta.
(…). Piensan que andan, pero sólo se precipitan –sin avanzar– en el vacío. Eso
es todo”, (Vila-Matas 2001: 150). Un poco más adelante, subraya: “Sólo
sé que para expresar ese drama navego muy bien en lo fragmentario y en el
hallazgo casual o en el recuerdo repentino de libros, vidas, textos o
simplemente frases sueltas que van ampliando las dimensiones del laberinto sin
centro”. De ahí su conclusión –“Soy como un explorador que avanza hacia el
vacío. Eso es todo” (Vila-Matas 2001: 151)–,
epígrafe perfecto para el tema que abordaré en las siguientes páginas.
En
efecto, el presente artículo pretende acercarse al apasionante mundo de los
híbridos genéricos en forma de dietarios. Estos textos misceláneos, que cuentan
entre sus antecedentes con modelos tan variados como la “silva de varia lección”
renacentista, los cuadernos de apuntes sobre las propias lecturas publicados
por autores como Stendhal o Poe o los libros de pensamientos y aforismos de
tradición centroeuropea, encontraron
sus primeras versiones latinoamericanas en los exitosos volúmenes de crónicas
modernistas -cultores de una prosa de intensidades- y en la “literatura de
cascajo” practicada por algunos selectos grupos de intelectuales como los ateneístas
mexicanos; posteriormente, mantuvieron su auge gracias al carácter experimental
de las vanguardias históricas y, en nuestros días, gozan de especial relevancia
tras la canonización obtenida en el
último tercio del siglo XX gracias a autores como Julio Cortázar –La
vuelta al día en ochenta mundos (1967), Último round (1969) –
o Augusto Monterroso –Movimiento perpetuo (1972), La Palabra Mágica
(1983), La letra e (1987) (vid. Noguerol 1998 y 1999).
Esta
larga tradición, que se remonta a los finales del siglo XIX, explica que los
dietarios fueran reivindicados desde el punto de vista genérico antes en el
subcontinente americano que en España. Recordemos en este sentido el estupor, la
incomprensión o indiferencia que siguió a la publicación en nuestro país de la Historia
abreviada de la literatura portátil (1985) de Vila-Matas, un ejemplo de
autor excéntrico tan admirado al otro lado del océano como su paisano Juan
Antonio Masoliver Ródenas (que en estos días acaba de recibir un merecido
homenaje en México). Por su parte, los dos catalanes han mostrado en múltiples
ocasiones su devoción hacia la obra voluntariamente marginal y abierta de
creadores como Augusto Monterroso o Alejandro Rossi, paradigmas del tipo de
literatura que comento en estas páginas.
Teniendo
en cuenta este hecho, se comprenderá que, a lo largo de mi análisis, no
distinga entre obras latinoamericanas y españolas –taxonomía absurda, por otra
parte, cuando se abordan autores de vocación claramente universalista– y que, a
la hora de comentar el éxito de los dietarios, prefiera referirme en el título
a la “última narrativa en español”.
Lo impuro está
de moda
Adentrémonos,
pues, en el laberinto, destacando en primer lugar la importancia que ha
adquirido el fenómeno de la hibridez en algunos géneros canónicos. Este hecho explica, por ejemplo, el ascenso en los últimos
años de una novela interesada más por la representación de los hechos
que por la acción, fundada en el fragmento y desinteresada por la trama lineal.
Siguiendo el postulado baudrillardiano de que un narrador debe poner de
manifiesto en todo momento el trampantojo que constituye todo objeto artístico
(Baudrillard 1997: 29), sus autores retoman una línea de escritura que,
atendiendo al título ya clásico de Giorgio Manganelli La letteratura come menzogna (1985), reivindica la novela como
magnífico venero de engaños: no en vano, Jorge Volpi llamó Mentiras contagiosas (2008)
a su reciente libro de ensayos sobre el género.
En este sentido, se explica que los mejores textos de la
última década sigan los postulados
de Vicente Verdú en su “Decálogo de la novela del siglo XXI”,
apasionada defensa de una obra paladeable como slow food, hostil a la
imposición de barreras entre realidad y ficción y, definida, así, por el
triunfo de la autoficción; atenta especialmente al estilo, abierta,
fragmentaria y encaminada a aprehender el instante; sobre todo, sujeta a tramas
entrecruzadas que propician la interacción con un lector multipolar y, por
tanto, ajena el hilo argumental hegemónico (Verdú 2007: 15).
En
esta línea se situarían una gran cantidad de títulos aparecidos en la última
década, entre los que destaco por su cercanía en el tiempo la
monumental reflexión sobre la relación entre creación literaria y locura presente en
la walseriana Lecciones de ilusión
(2008), de Pablo D’Ors; o, en una línea más personal y alejada del
culturalismo, el giro impuesto a su trayectoria por Jorge Volpi en El jardín devastado
(2008), mezcla de autoficción, ensayo, aforismo y narración basada en las
entradas publicadas a lo largo de un año en su blog de El Boomeran(g),
con la que el autor explora una manera de narrar que, por su relación con los
lectores y la inmediatez de los hechos sobre los que reflexiona –aunque se
refiera a ellos elusivamente–, se acerca a los postulados de la hiperficción.
Pero
esto hecho no queda circunscrito al territorio de la novela. Así, el cuento
contemporáneo se ha teñido de infinitas posibilidades en los últimos años –como
he estudiado en “Cuentarlo todo: el texto breve como
ejercicio de libertad” (Noguerol, 2008b)–
mientras el ensayo, “centauro de los géneros” según la acertada definición de
Alfonso Reyes, goza de especial relevancia en nuestros días, hecho del que dan
buena cuenta artículos como “El ensayo en tiempos del blog” (García y
Hax, 2008).
Triunfo de los dietarios
En un reciente artículo
sobre la narrativa hispanoamericana aparecida en España en 2007, destaqué el
especial interés que había suscitado en nuestro país la publicación de una
serie de misceláneas como El discurso
vacío (primera edición en 1996) de Mario Levrero, Prosas apátridas (primera edición en 1975) de Julio Ramón Ribeyro,
o el magnífico retrato de la sociedad cubana
actual, a medio camino entre el ensayo, la confesión y la ficción, que conforma La fiesta vigilada, de Antonio José Ponte.
En esta misma línea podrían incluirse las buenas críticas recibidas por algunos
blogs recopilados en formato de libro como El año que viví en peligro, de Marcelo Figueras, o Jet Lag, de Santiago Roncagliolo (Noguerol, 2008a).
La actual
existencia de un público dispuesto a disfrutar con este tipo de literatura
explica, asimismo, el amplio reconocimiento recibido por Dietario voluble (2008) de Vila-Matas desde el
momento de su aparición. Se dan hoy, pues, las condiciones para que estas
composiciones adquieran el lugar que merecen en la historia de la literatura.
El camino de su canonización, sin embargo, no ha sido fácil. Así lo denunciaba
Augusto Monterroso en La letra e:
¿Qué
ocurre cuando en un libro uno mezcla cuentos y ensayos? Puede suceder que a
algunos críticos ese libro les parezca carente de unidad ya no sólo temática
sino de género y que hasta señalen esto como un defecto. (...) Recuerdo que todavía hace
pocos años, cuando algún escritor se disponía a publicar un libro de ensayos,
de cuentos o de artículos, su gran preocupación era la unidad, o más bien la
falta de unidad temática que pudiera criticársele a su libro (como si una
conversación –un libro– tuviera que sostener durante horas
el mismo tema, la misma forma o la misma intención) (Monterroso, 1987: 27-28).
Por su parte, Mario Benedetti
confesaba no haber sido capaz de publicar Despistes y franquezas hasta
bien avanzada su producción:
Este libro,
en el que he trabajado los últimos cinco años, es algo así como un entrevero:
cuentos realistas, viñetas de humor, enigmas policíacos, relatos fantásticos,
fragmentos autobiográficos, poemas, parodias, graffiti. Confieso que
como lector siempre he disfrutado con los entreveros literarios. (...) De
antiguo aspiré secretamente a escribir (...) mi personal libro-entrevero, ya
que consideré este atajo como un signo de libertad creadora y, también, del
derecho a seguir el derrotero de la imaginación (...). Si no lo hice antes fue
primordialmente por dos motivos: no haberme sobrepuesto a cierta cortedad para
la ruptura de moldes heredados, y, sobre todo, no haber desembocado hasta hoy
en el estado de ánimo, espontáneamente lúdico, que es base y factor de
semejante heterodoxia (Benedetti, 1990: 13).
Este hecho no ha impedido,
sin embargo, que algunos de los mejores autores en español, cercanos al
espíritu festivo y experimental de la miscelánea, se hayan atrevido desde muy
temprano a practicarla. Es el caso de Alejandro Rossi, quien defendía la
libertad genérica en la “Advertencia” de su excelente Manual del distraído:
El
Manual del distraído nunca se castigó con limitaciones de género: el
lector encontrará aquí ensayos más o menos canónicos y ensayos que se parecen
más a una narración. Y también descubrirá narraciones que incluyen elementos
ensayísticos y narraciones cuyo único afán es contar una pequeña historia.
Tampoco están ausentes las reflexiones brevísimas, las confesiones rápidas o
los recuerdos. Un libro, en todo caso, que huye de los rigores didácticos pero
no de la crítica, y que fervorosamente cree en los sustantivos, en los verbos y
en los ritmos de las frases. Un libro –lector improbable– que expresa mi gusto por el juego,
por la moral, por la amistad y, sobre todo, por la literatura. Léelo, si es
posible, como yo lo escribí: sin planes, sin pretensiones cósmicas, con amor al
detalle (Rossi, 1997: 31).
Queda claro: en los últimos años, los tradicionales
diarios de vida han derivado
paulatinamente cuadernos de apuntes en forma de dietarios, del mismo modo que
las clásicas autobiografías están siendo progresivamente superadas por las
autoficciones en el gusto de los receptores. La manera ideal de acercarse a
estos textos, como señala Esperanza López Parada, consiste en evitar cualquier
taxonomía de los mismos: “la única
conducta, la menos falsa y manipuladora es ésta de conservarlos en su
diferencia y en su indefinición, tratarlos como objetos disímiles e
individuales, ya que cada uno funda el código por el que va a regirse,
establecerse su nombre, sus características” (López Parada, 1996: 19).
El
éxito actual de los dietarios se encuentra, por otra parte, propiciado por la Weltanschauung
contemporánea, marcada por el escepticismo, la ambigüedad, la ausencia de
puntos de referencia y las visiones fragmentarias de la realidad. En una época hostil a los
dogmatismos, ¿qué mejor que acercarse a textos llenos de aristas, capaces de
enunciar problemas sin pretensión de resolverlos, cuyos autores se muestran
alérgicos a las consignas y entienden la literatura como crónica de una
intimidad más o menos enmascarada?
El orgullo con que ostentan su carácter
inclasificable es ya puesto en evidencia en los títulos, basados frecuentemente
en la paradoja y ajenos a prejuicios genológicos. Es el caso de Cuaderno de escritura (1969), de Salvador Elizondo; Prosas apátridas (1975), de
Julio Ramón Ribeyro; Textos extraños (1981) de Guillermo Samperio; Despistes y franquezas (1990), de Mario Benedetti; De aquí y de allá. Juegos a la
distancia (1991), de Fernando Aínsa; Cuaderno imaginario (1996), de José Miguel Oviedo; La batalla perdurable (a veces prosa) (1996) de Adolfo Castañón o, finalmente,
Dietario voluble (2008), de Enrique Vila-Matas.
La defensa de la libertad y la imaginación es puesta en
evidencia asimismo por paratextos de dietarios paradigmáticos como La vuelta al día en ochenta mundos (1967), de Julio Cortázar; Movimiento
perpetuo (1972), de Augusto Monterroso; Manual del distraído (1978)
de Alejandro Rossi; La musa y el garabato de Felipe Garrido (1984); La vida maravillosa
(1988), de José Miguel Oviedo o, recientemente, Días imaginarios (2002),
de José María Merino.
Libros como preguntas
Tras esta enumeración queda claro
que las misceláneas son concebidas por sus cultores como instrumentos –más o
menos fallidos– en su búsqueda de conocimiento, preguntas sobre lo que se
encuentra más allá de ellos, voluntariosos “exploradores del abismo”. En La vuelta al día en ochenta
mundos Julio Cortázar explica este hecho a partir del take, concepto
del lenguaje musical que define las breves improvisaciones a partir de las que
se organizan las jam sessions: “Lo mejor de la literatura es siempre take,
riesgo implícito en la ejecución, margen de peligro que hace el placer del
volante, del amor, con lo que entraña de pérdida sensible pero a la vez con ese
compromiso total que en otro plano da al teatro su inconquistable imperfección
frente al perfecto cine” (Cortázar, 1967: 201).
De este modo, los creadores
de dietarios muestran un espíritu tan lúdico como exigente a la hora de
reflexionar sobre la realidad. Escépticos y conscientes de que sólo cuentan con
el presente instantáneo, se defienden de una realidad que les resulta hostil a
través del arte –no distinguen entre vida y literatura–, haciendo gala de una actitud irónica y
antisolemne frente a los que les rodea.
Este hecho explica la
importancia que adquiere en sus obras la idea de movimiento, opuesto por definición
a los estados fijos y permanentes. Remiten así a la figura del flâneur,
pues sus páginas pueden ser vistas como verdaderos periplos existenciales en
los que, a cada paso, el sujeto se permite el lujo de detenerse y comentar los
más ínfimos y variados detalles. Ilustres
defensores del vagabundeo, indudablemente harían suyas las palabras del
narrador de Der Spaziergang (1917),
de Robert Walser: “Ohne
Spazieren wäre ich tot, und meinen Beruf, den ich leidenschaftlich liebe, hätte
ich längst preisgeben müssen” [Sin pasear estaría muerto y mi profesión, que
amo apasionadamente, estaría aniquilada] (traducción
mía) (Walter, 1998: 55).
El
mejor ejemplo de este espíritu paseante se encuentra en el ya citado Movimiento
perpetuo de Monterroso, iniciado
con el siguiente epígrafe: “La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas
cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque
soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un
movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo” (Monterroso, 1981: 9).
Retomamos así el concepto acuñado por
Deleuze y Guattari de una literatura nómada, representada por el concepto de
línea de fuga escogido como título del presente trabajo: “Les
lignes de fuite ne définissent pas un avenir mais un devenir. Il n’y a pas de programme, pas de plan de carrière
possible lorsque nous sommes sur une ligne de fuite. On devient soi-même
imperceptible et clandestin dans un voyage immobile (...) où le plus grand
secret est de n'avoir plus rien à cacher »
[Las líneas de fuga no definen un futuro sino un devenir. No hay programa ni plan posible cuando estamos en una
línea de fuga. Nos volvemos imperceptibles y clandestinos en un viaje inmóvil
(…) cuyo mayor secreto es no tener nada más que esconder] (traducción
mía) (Deleuze y Guattari, 1980:
78).
Así, los autores de estos textos
excéntricos encajarían perfectamente con la personalidad de los esquizos antiedípicos
definidos por Deleuze y Guattari en el famoso tratado L’Anti-Oedipe (1972),
signados por un pensamiento ajeno a las categorías, dinámico, múltiple y
abierto.
Nos encontramos, pues, ante escritores conscientes
del valor de una literatura voluntariamente errante pero nunca errática, ya que vigilan y cuidan su estilo hasta
convertirlo en único principio unificador de su escritura.
Estructuras
proteicas
En
el texto titulado significativamente “Aunque no entendamos nada”, Vila-Matas
reflexiona sobre la estructura de lo que pretende escribir: “Y yo aún no sé muy
bien de qué tratarán las páginas de este ensayo que acabo de iniciar.
Seguramente intentaré exponer en él mi visión de ese absurdo cargado de sentido
que es el mundo y lo haré valiéndome de una estructura adradek, una
estructura literaria que adquiera la forma de ready-made, de uno de esos
objetos híbridos e inútiles” (Vila-Matas, 2004: 11).
Siguiendo lo expuesto
por el autor catalán, subrayamos cómo los dietarios se basan en estructuras rizomáticas. Sus páginas se revelan así como las esquirlas irregulares que quedan tras la explosión
de una bomba, signadas por el rasgo común de la pequeñez (la brevedad) y la
variada morfología. Voluntariamente carentes de estructura profunda, insisten
en la discontinuidad
de sus componentes para ofrecer la caleidoscópica visión de una realidad que
reconocen tan compleja como inextricable.
Definidos por la curiosidad
hacia los más diversos aspectos de nuestro mundo, se comprende que estos textos
se acerquen en más de una ocasión a la estructura del libro de viajes. Es el
caso de algunos títulos canónicos –Die Ringe des
Saturn: Eine englische Wallfahrt (1995), de W.G. Sebald; Danubio (1986) y Microcosmi
(1997), de Claudio Magris–, que en español han
encontrado su correspondencia en títulos extraordinarios como El Arte de la
fuga (1996) y El viaje (2000), de Sergio Pitol; También Berlín se olvida (2004), de Fabio Morábito; La brújula (2006)
y Australia, un viaje (2008), de Jorge Carrión; y, finalmente, en títulos
de Sergio Chejfec como Los
incompletos (2004), Baroni: un viaje (2007)
o Mis dos mundos, considerada por la revista Quimera como
una de las dos mejores novelas publicadas en el año 2008 y, por tanto, claro ejemplo
de la difícil adscripción genérica de estos textos.
Ejercicios de transducción
El concepto de transducción, acuñado por Lubomir
Dolezel en su conocido artículo “Semiotics of Literary Communication” (1986),
designa el conjunto de los procesos de transmisión dinámica –intertextualidad,
recepción crítica, parodia, adaptaciones– a que pueden ser sometidas las obras
literarias. Será, pues, capital para definir la escritura de unos autores de los que puede afirmarse en general lo que señalara Jaime
Labastida en relación a Monterroso: “Es, como escritor, autor de textos sobre sí mismo pero,
especialmente, sobre escritores y para escritores (...); un escritor para
escritores, que hace continuas referencias cruzadas en sus textos, que alude a
otros escritores" (Labastida, 1988: 88-89).
Con
su lucidez habitual, Esperanza López
Parada habla de “Una escritura fronteriza, glosadora, derivada de otra y, por
tanto, modesta, ausente de pretensiones, contraria a la autarquía y arrogancia
con que se ha visto siempre señalada la creación más clásica” (López Parada,
1996: 16-17). Conscientes
de que “todo está escrito” –la amplitud de sus miras culturales les ayuda a
sustentar esta visión–, debatiéndose entre el anhelado silencio y la necesidad
irreprimible de crear y, sobre todo, conocedores de la gratuidad del acto
literario, los autores de dietarios se muestran, como dije, especialmente
atentos a los ejercicios de transducción, jugando tanto a la verdad –con la que
demuestran sus filias y fobias literarias- como a la impostura creativa, por la
que convierten sus páginas en un juego de citas desviadas, filiaciones
espúreas, reescrituras y falsas autorías. En su caso, hablar
de los libros ajenos –sean éstos reales o inventados– supone hacerlo de los
propios.
Del “yo” y sus máscaras
Concluyo mi exposición analizando uno de los aspectos más
fascinantes en la constitución de los dietarios: el juego de revelación/ocultamiento
del “yo” al que nos someten continuamente sus autores.
En un contexto marcado por la imposible delimitación de
fronteras entre realidad y fantasía, donde la grandilocuente y añeja
autobiografía cede cada vez más terreno a los subversivos juegos
autoficcionales (Alberca, 2005-2006),
los autores de misceláneas se descubrieron muy pronto como extraordinarios
precursores en la ficcionalización de la propia identidad. Así ocurre en el
caso de Augusto Monterroso (Noguerol, 2003), que ya en el título de La letra e se refiere a sí
mismo como una pluralidad de individuos:
Escribiéndolo
[el libro] me encontré con diversas partes de mí mismo que quizá conocía pero
que había preferido desconocer: el envidioso, el tímido, el vengativo, el
vanidoso y el amargado; pero también el amigo de las cosas simples, de las
palabras, de los animales y hasta de algunas personas, entre autores y gente
sencilla de carne y hueso. Yo soy ellos, que me ven y a la vez son yo, de este
lado de la página o del otro, enfrentados al mismo fin inmediato: conocernos, y
aceptarnos o negarnos; seguir juntos, o decirnos resueltamente adiós
(Monterroso, 1987: 7).
En “Intertextualidad y
metaliteratura” Vila-Matas abogará por este mismo recurso de ocultamiento –“Se
trata de ser muchos y construirse una personalidad a base de ser todos los
hombres” (Vila-Matas, 2008)– mientras en el irónico ensayo “¿Por qué es usted tan posmoderno?”,
subraya: “No hay mejor pseudónimo o forma de ocultarse que
firmar con el nombre propio” (Vila-Matas, 2002: 24).
Ciudadanos Zelig de la república de las
letras, la reivindicación de la máscara será una constante en estos escritores.
Así se aprecia en “Te conozco,
mascarita”, incluido en Movimiento perpetuo –“El humor la timidez generalmente se
dan juntos. Tú no eres una excepción. El humor es una máscara y la timidez
otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo” (Monterroso, 1981: 51)–
y contestado por el mismo autor en “Transparencias”, de La letra e: “-En
todo lo que escribo oculto más de lo que revelo.-Eso crees” (Monterroso, 1987: 187).
Conclusión
Llego así al final de un camino
que me ha permitido destacar la incuestionable calidad de los dietarios en
español, verdaderos ejercicios de la inteligencia a medio camino entre el
cuento, el ensayo, el aforismo y la autoficción. Ajenos a la solemnidad y exigentes consigo mismos, estos volúmenes demuestran
lo que ya señalara Milagros Ezquerro en su
prólogo a L’hybride/Lo híbrido: por
un principio básico de la biología, de la
reunión de especímenes diferentes siempre surge uno más fuerte (Ezquerro, 2005:
11). Es el caso del maíz, en el reino vegetal; de la mula, en el animal y… ¿por
qué no? Del dietario, en el de la literatura.
Bibliografía citada
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hispanoamericana?”, Cuadernos del CILHA, nº 7/8, pp. 117-124.
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- Lubomir DOLEZEL
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Milagros EZQUERRO (2005).
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Robert WALSER (1998). Der Spaziergang, Zurich,
Suhrkamp [1917].
4 comentarios:
Un magnífico y amigable espacio literario y vital, gracias por regalarnos este sitio donde reina el esplendor de la Poesía.
Carmen Cristina Wolf
http://literaturayvida.blogsome.com
Muy buena y reveladora está charla que le da contexto a mucho de lo que tratamos de hacer en el taller de creación literaria. Espero que usemos este blog para intercambiar cosas tan interesantes como este "nuevo género" los dietiarios. Saludos,
Sonia García
Sí, claro. Ya están publicados los dos Encuentros de Escritores, saludos!
Excelente! Esperamos por más trabajos suyos.
A propósitos de la fragmentación, la movilidad, de lo dicho y no dicho y de las máscaras del yo,vale aquí Blanchot: "En mì hay alguien que no hace más que deshacer ese mí: ocupación infinita".
Saludos,
blancarbelaez@hotmail.com
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