10 de octubre de 2010

Al otro lado del día, menos treinta minutos, por Isabel Cecilia González Molina


Desde el 2008, para establecer la Hora Legal de Venezuela , debemos restar 4 horas y media al meridiano de Greenwich. Desde entonces vivimos menos media hora. 

                                                        Lo más duro del exilio es el no retorno



Dedicado a Federica,
Por ser desde pequeña un alma generosa…



En Nueva York  las esquinas se mueven, avanzan y retroceden, la máquina siempre en vigilia, cambiando turnos. Soy otra turista más, es verano y el calor nos saca a las aceras desde temprano, esta  noche tomaré un avión de vuelta a Venezuela y  me quedan  diez horas antes de partir.

Desperté muy temprano, el sol alumbraba ligeramente las calles de Wall Street. Me comía un muffin mientras tomaba un inmenso café en la cafetería del hotel cuando, al terminar el desayuno, me fijo que la ventana da a una pared que tiene dibujada una escena religiosa, la virgen y el niño, me parece extraño, no logro precisar hacia que lado queda, ni si es una iglesia, no sé porque pero me perturba un poco. Regreso al cuarto para arreglarme bien, apenas entregue la habitación me quedaré desconectada, el hotel dejara de ser mi hotel y las calles tendrán que ser mi refugio. Al momento de pagar le pregunto a la encargada si puedo dejar guardado el equipaje, no ve ningún problema, es algo muy común. Le digo que regresaré a la tarde y ella contesta nuevamente Ok. Estoy lista para subir la avenida, llevo un morralito lleno de botellitas de agua y la cartera con el pasaporte. Las maletas se pueden quedar, pero ni la cartera ni el pasaporte. A mi izquierda la zona cero, construyen otro edificio, las señoritas y las grúas son cada vez más altas en cada uno de mis viajes, todavía no tengo una opinión con respecto a esa construcción, las ciudades se sobreponen en el transcurso de la historia. El Cairo esconde al Cairo de la antigüedad y Roma a las catacumbas. Cuando la humanidad se haya convertido en dinosaurio no existirá más que nuestras ruinas y se construirá sobre ellas, probablemente un hormiguero gigantesco o un nido de cucarachas.
La zona financiera da paso a la alcaldía, una mansión con un parque, cerca de allí se va al paseo peatonal del Brooklyn bridge, lo cruzo en calma, los ciclistas rompen la tranquilidad de la marcha una y otra vez. Miro el enorme reloj que da la hora en Brooklyn, las doce menos diez. El sol es firme, no hay sombras. El recorrido resulta rápido, a pesar de que me detengo constantemente, no tomo fotografías como lo hace la mayoría porque no tengo cámara, nunca la ha tenido, mi único artefacto es la memoria. Mucha gente no cree en las cosas que le cuento. Se empeñan en que les muestre fotografías, yo les contesto que no se necesitan pruebas para confesar lo vivido, todo existe luego que ha sido. Lo material, la gente se aferra a lo material, he visto tantas cajas de fotografías abandonadas, puestas en un rincón empolvado y son quizás la más triste de las herencias ya que a nadie le da por mirarlas. Me resulta mejor guardar las historias para contarlas de vez en cuando. Pienso en ello sentada en una banqueta, mirando hacia el East River, el edificio de la ONU, la aguja del Chrysler, el Empire State. “Nueva York es tu ciudad” me dijo Mary y me sonrió, se equivoca. “Caracas es mi ciudad”. Estoy contenta de regresar luego de esa desagradable entrevista, de esa directora de departamento que me hacía preguntas mientras estaba pendiente de revisar en su computadora sus cuentas de la tarjeta de crédito. Será otro trabajo, siempre sale otro, es el deambular de las almas freelance, los sin ataduras, sin sueldo fijo ni prestaciones, pero dueños de su tiempo. Vuelvo a mirar el reloj, las doce, diez minutos extendidos, como si en el puente se midiese el tiempo con otro reloj. Subo Broadway, Houston, a la izquierda el village, los restaurantes de Gaby, cómo le gusta beber y comer antes de pasearse por las galerias de arte. No, no cruzaré a la izquierda, sigo al barrio chino pero no hay mucho movimiento y el desayuno me ha quitado las ganas de almorzar ni siquiera se me da por ir a la pequeña Italia para unos espaguetis con albóndigas, en mi cumpleaños se me atojaron y a mis amigos les pareció raro, “el sushi es más apropiado”, el sushi no me gusta, los espaguetis con albóndigas me recuerdan a mi madre, porque ella los preparaba, preparaba una salsa de tomate extraordinaria y luego sumergía las bolas de carne. ¿Cuál será mi última comida? Ahora me da por preguntarme esas cosas, pensar frente al espejo que será de pronto, un día dejaré de ser ésta hasta volverme miles de mariposas. Union Square y su mercadito, hago tiempo entre las tienditas de hortalizas, frutas, quesos, bebidas caseras y artesanías. Todo se alarga cuando uno espera. Pienso en la agente en el mostrador de la aerolínea, por ella estoy atascada, por su sugerencia de que me quedase el domingo para que mi viaje no fuese únicamente trabajo. Pienso en ella, en su insistencia, “¿Qué importan 24 horas? ¿Qué cambian?”. Tal vez nada, tal vez todo. El Iron building, en ese punto la avenida serpentea, a la derecha la quinta a la izquierda Broadway, subo por ella hasta Macys, compró un café y me lo tomó sentada en las frágiles mesitas de metal dispuestas en una acera, el reloj del parquecito marca la una y no entiendo como he andado tanto y apenas llevo una hora. La 42 se anuncia en la marquesina de un Mc Donald lleno de luces de neón, turistas van, turistas vienen, todos somos de alguna manera extranjeros en Manhatan, hasta los que se quedan. No hay un vaquero desnudo en Time Square, me encuentro con una mujer que ocupa su lugar, vestida con una faldita corta de cuero blanca, se tapa los pezones con unos flecos de colores, lleva un sombrero, los japoneses hacen cola para tomarse una foto junto a ella, cada uno paga un dollar. “ en esta ciudad se puede subsistir a fuerza de imaginación”. Recorro el Central Park, voy a una tiendita por unos sanwiches, regresó al parque, me siento en un roca,  almuerzo, me recuesto en un pino y trato de dormir la siesta al igual que hacen muchos. Despierto y siento que ni ha sido media hora. Paso por Souh Central Park, los porteros de un edificio me recuerdan que en un viaje me quedé allí, que el apartamento estaba amueblado a la antigua pero la vista era maravillosa, dominaba el parque y yo me sentía tan feliz, viviendo como los millonarios de las películas. Así son esas cuadras, elegantes y pobres, basta con cruzar las fronteras imaginarias, esos espacios que separan los vecindarios y a las personas. Me refugio en San Patricio, empieza la misa en castellano, me siento en una banca a hacer que la tarde caiga, tengo la impresión que el mes que acabo de pasar en Miami no ha durado ni la mitad de hoy, es como vivir un mes en un día. El reloj no avanza, está atascado ahora entre las cuatro y las cinco. No logro percibir el siguiente minuto. Me muevo, el tiempo es movimiento, se mide por la rotación de la tierra, voy de un lado a otro, sin embargo, no avanza, no escucho el tic tac. Cruzo el Rockefeller Center, visito las tiendas una por una. Cuento un minuto, imagino un minuto. Consigo una feria en la avenida 8, está trancada al tráfico y han puesto ventas de comida ambulantes, venden salchichas, kebabs y hasta arepas. Compró una limonada. Regreso al parque y me acuesto debajo de un cedro, la luz se cuela entre sus hojas. La noche esta cerca o lejana, el cielo de un azul intenso no me permite adivinar, como si el atardecer estuviese en diferido. Es el día más largo de mi vida, nunca llegaré al aeropuerto, nunca me subiré en ese avión, deambularé por la GrandCentral Station, contemplando su techo azulado decorado de estrellas doradas y figuras mitológicas, el árbol invertido y los andenes de los trenes. Subiré y bajaré las estaciones del metro, pasearé en el ferry de Staten Island, caminaré  por los puentes de Manhatan a Brooklyn una y otra vez, me recostaré en el Central Park, cruzaré las calles de Times Square junto a miles de turistas, haré cola para entrar a la tienda Mac, veré las vitrinas de Saks, de Macys, de Bloomidales, seré Nueva York… Seré Columbus square, Union square, Time square. Seré el MOMA, el MET, el GUGGENHEIN, la galería FRITZ. Seré una vagabunda atrapada en el tiempo, paseándose entre las esquinas y los semáforos, en un día sin final. Alguien me dijo una vez que el último día era quizás el día más largo de todos, yo sigo allí, yendo y viniendo entre la multitud, preguntándome por Venezuela  situada al otro lado del día menos treinta minutos, situada en la noche menos treinta minutos, situada en la mañana menos treinta minutos. Tal vez nunca más anochezca, tal vez nunca más amanezca. Al estrellarse el avión no hubo ni un solo sobreviviente.

Cuento original de Isabel Cecilia González Molina.

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